(Siempre me he preguntado de dónde infería mamá semejantes ocurrencias, agudas y totalmente erradas, acerca de los gustos e intereses de los hombres)
Él, en realidad venía a guerrear conmigo, y yo estaba preparada para guerras. Y eso, precisamente, era lo que a mi madre ni se le asomaba por la cabeza, como tampoco que él y yo ya nos habíamos cruzado en un bar.
Pobrecita ella; luego presenciaría algo desagradable (penoso)
El y yo cargábamos con nuestras propias demencias, cosa que mamá también ignoraba.
El detestaba el humo del cigarrillo y en casa éramos todos “fumadores”, excepto yo que era fumadora pero “compulsiva”, por lo que mi madre me había estado sermoneando en vano, con el fin de apaciguar aquello tan inevitable en mí. Las palabras entraban, y así como entraban salían. (Sin embargo ella... solía “consentirme finalmente”.)
Había albergado la esperanza de que no viniera. Pero desgraciadamente llegó, y puntualmente.
Nos sentamos a la mesa. Yo encendí mi primer cigarrillo, y tal como lo haría una buena anfitriona, le dirigí mis primeras palabras:
-No sé si sabías que en mí se esconde una asesina serial en potencia. (mientras yo exhalaba el humo en su cara)
Él me miró fijamente. Ya me había traspasado, ya me odiaba pero no por mis palabras, sino por el humo. Su silencio era estruendoso, más aún que el de mamá.
Finalmente abrió la boca y dirigiéndose a mi madre le dijo:
-No sé como soportan semejante tufo, tan pero tan nauseabundo. Mientras con cara de asco cacheteaba el aire frente a su nariz. A lo que yo, inmediatamente encendí mi segundo cigarrillo, y acoté: -¡Bueno!, eso de “soportar” y “lo del olor nauseabundo”, es relativo...
Sus músculos se inmovilizaron. Giró su mirada de repente y la clavó en mí, ésta vez con más odio.
Esa noche me di cuenta de que antes de abrir la boca, entiéndase “hablar”, hay que tener mucho cuidado.
(Yo nunca he llegado a comprender a aquellos hombres que aborrecen el tabaco, ya que es mi creencia, que el tabaco y su aroma es algo que agrada más a hombres que a mujeres y que incluso, en aquellos que observan a una mujer fumando, les provoca una cierta sensualidad..., pero éste no era el caso)
Encendí mi tercer cigarrillo. Su odio me incomodaba...
Atónito, dirigió su mirada al humo que yo exhalaba. Vi que su boca estaba rígida, entreabierta.
-En fin, Dra... ASÍ FUÉ. Es todo lo que recuerdo; aunque conservo además una imagen de mamá con una pequeña “urna” entre sus manos.
-A veces lo potencial se convierte en un contundente acto. (dijo)
En ritual, comencé a sacar cenizas de una pequeña urna, para el armado de un cigarrillo.
Lo encendí.
Con extraño placer comencé a succionarlo.
Exhalé el humo en dirección a la cara de mi Dra.
Ella me miró con cierto estupor y tristeza.
Luego, dijo:
-Hasta aquí hemos llegado por hoy.
La vi alejarse, y traspasar las puertas de la penitenciaría.