Un tercer ojo vería ausencias veladas y se equivocaría.
En la plenitud de la tormenta sabremos cómo no ahogarnos.
Nos llueven las sensaciones.
Hay una mesa entre vos y yo. Sabemos que una mesa de por medio, no separa.
Son tus ojos los que insinúan coordenadas... Invitan, pero no hay timón que se deje manejar.
La enajenación contempla.
Y para prolongarte, te sigo.
Desde lo alto del mástil, la mirada cae desvanecida.
Y la ternura de tu mano la recibe, para rescatarla -sin saberlo-
Con minucioso detalle, seguís la secuencia.Te van naciendo movimiento y quietud.
Y te observo.
Me gusta la quietud porque anuncia algo que siempre desconozco.
Todo gesto tuyo, lleva la elocuencia sorpresiva que renueva sin tregua.
Lo mío, es el displicente gesto, simulado, orientado a raptar tu atención.
Abunda la femineidad en juego.Y ese protagonismo inevitable, conlleva lo genuinamente aventurado.
Viajamos, por terrenos peligrosamente atrapantes.
Miramos -nunca dejamos de hacerlo- y nunca hubo palabra verbalizada.
Me mirás.
Y sé que deseas rozarme, de "cualquier manera", con cualquier excusa.
Te intuyo, en la "casi desesperación".
Me pedís, fuego. La típica excusa, pero muy significativa.
Solo que yo no lo tengo, y vos sí.
Tenés el propio, pero necesitas del ajeno.
Entonces, Pedís.
Me lo pedís.
No atino a encender la llama, que me llevaría a tu cigarrillo, para recorrerlo y llegar a tus labios, que me succionarían la vida.
Solo te ofrendo mi mano, que contiene al encendedor -que es tuyo- esperando a la tuya que lo reciba.
Ése instante, está calculado y es Eterno... da tiempo.
Da tiempo a las intuiciones, a las sensaciones... Sin delatarlas, a dilatarlas.
Da tiempo a que el sedimento flote, cautivo, para que no decante, para retener el sedoso
gemido.
Finalmente, te da el tiempo necesario para decidir cómo serán tus deslizamientos.
Decidiste.
Decidiste quedar inmóvil y detener el tiempo, para dejarme sin aire, sin latidos.
Estas pociones de inacción son las que infaliblemente me conmueven.
(Pero nunca te lo diré, ni daré señal alguna que pudieras detectar)
Una tercera mirada distorsionaría aún más la apariencia de ausencias veladas.
No. Tu mano no lo recibe.
Observás al encendedor ahí, entre mis dedos.
Sé qué querés.
Querés reposar.
Reposar en mí,
en mí mano con tu fuego.
Querés que lo haga mío.
Entrar-me
para salir-te.
Sabemos lo que el gesto significa.
Sabemos que los labios nunca confluirán
y sabemos cómo no ahogarnos sin ellos.
Un tercer ojo nunca lo sabrá.
Sabemos cómo continuar y cómo eternizar el Deseo...
Pero no sabemos amar.
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